viernes, 2 de noviembre de 2007

Trazas de sueños II

El hombre de negro me miraba desde el otro lado de la habitación, sentado, con las piernas cruzadas, las manos enlazadas, apoyadas en la silla, con los ojos hundidos ente la marea de oscuridad que le inundaba.
-Las palabras, bien utilizadas, pueden ser armas tan poderosas como una pistola o una espada. Incluso mas, solo tienes que saber como.
Su dedo, manchado de tinta del extraño arte de escribir con pluma en la era digital, señalo la pared de la habitación mohosa donde estábamos.
No había nada, salvo el papel pintado que me acerque a examinar.
-Es la cuarta pared la que hay que tirar…
Con asombrosa agilidad para alguien al que evidentemente le faltaba alimentación, se situó a cinco centímetros de mi nariz.
Y con sonrisa maquiavélica del que sabe algo que tu desconoces hundió el brazo en la pared oscura y rota.
-Pero para el viaje, música. Y con un chasquido de dedos la música sonó.



El mundo del tabique es retorcido y oscuro y no se sabe muy bien donde están los limites de la realidad y ficción
-perdone que insita, pero, ¿que me quiere decir con todo esto?
Acto seguido incrusto sus dedos en mi cabeza, sacando algo viscoso y negro por los poros de mi cara, tinta espesa y negra me cubría los ojos impidiéndome ver.
Llore brea.
Sude acido.
Una lija áspera me recorrió la garganta.
Cuando quito los dedos una extraña figura blanca se posaba en la palma de su mano.
Algo que tenía enterrado en el fondo de mi mente, algo conocido, algo hermoso, una idea, un pensamiento, una mar de palabras que podían cambiarlo todo.
Un arma con la que luchar.
Entendí que no podía dejar pasar más tiempo.
¿Por qué estar en las sombras?

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